Después de estar recorriendo Malasia en compañía de la tropa mallorquina, nos tocaba seguir viajando solos otra vez. Fue un sentimiento extraño al despedirnos de Pau, el último miembro del grupo que se iba. Por una parte estábamos contentos de volver a estar solos los dos, tener un poco más de intimidad, ser más flexibles y viajar de forma más independiente y a nuestro aire. Pero por otra parte íbamos a echar de menos las risas, las bromas y el buen ambiente que generaba el #malayosteam.
Descubriendo Singapur, y su pedazo de aeropuerto!
Tuvimos la suerte de encontrar un vuelo desde Penang a Yangón por un precio muy bajo y que, además, incluía una escala de 18 horas en la Ciudad-estado de Singapur. El plan era perfecto: llegar a las 12.00 de la mañana, visitar la ciudad de Singapur y aprovechar para visitar a Anqi, una vieja amiga instructora que conocimos en México en 2012; y que ahora está viviendo en Singapur, de donde es originaria.
Nuestra amiga tenía compromisos hasta la tarde, así que aprovechamos para pasear un poco por la ciudad. Rosa ya había visitado Singapur años atrás así que ella se encargó de ir enseñándome la ciudad. Singapur nos recordó mucho a Dubai. Una de esas ciudades nuevas y modernas, con sus enormes rascacielos, sus lujosos hoteles, sus anchas avenidas, sus cochazos… todo ello poblado por una población totalmente intercultural e interracial. Caminando por las calles de Singapur te puedes encontrar con gente de los países vecinos (chinos, malayos, indios, indonesios, birmanos) o con ex-pats venidos de los rincones más lejanos (ingleses, americanos, alemanes, canadienses, españoles…).
Intentamos recorrer la parte de la ciudad que tiene un poco más de historia, alejándonos así de la moderna y nueva zona financiera. Es esta parte de la ciudad, la más antigua, la que más nos gustó. Las calles de Chinatown y del barrio indio son las que tienen más vida y en las que puedes encontrar más actividad y gente haciendo vida normal. Además tuvimos la suerte de que se estaban preparando para el año nuevo chino, así que las calles estaban totalmente engalanadas para la ocasión. Por la tarde quedamos con nuestra amiga Anqi, nadie mejor para darnos un tour por la ciudad. Quedamos con ella en la famosa Marina Bay de la ciudad. La famosa plaza en la que se encuentra el hotel Marina Bay Sands, propiedad del mismo que quería montar la horterada de “Eurovegas” en Madrid.
Anqi nos llevó a tomar una cerveza al roof bar de una torre del centro desde la que había unas increíbles vistas a toda la ciudad. Lo que más nos llamó la atención fue la enorme cantidad de petroleros y cargueros que estaban amarrados o anclados en la bahía! Después del tour por el centro de la ciudad fuimos a cenar a un “food court” del centro. Los food courts son muy habituales en el sudeste asiático y, para los que no los conozcáis, son como una especie de mercados con muchos puestos y restaurantes diferentes alrededor de mesas y sillas. A partir de ahí puedes ir comprando lo que te apetezca de cada puesto y sentarte a comer a tu aire. Suelen ser muy baratos y se come de lujo. Anqi se empeñó en que probáramos la tortilla de ostras y un plato a base de raya 😉 De ahí ya nos dimos un último paseo por Chinatown antes de coger el metro para volver al aeropuerto. Estuvo muy bien volver a ver a Anqi después de más de 4 años. La conocimos cuando nos mudamos a México para convertirnos en Divemasters y cambiar de vida, así que volver a verla tanto tiempo después nos gustó mucho.
Al llegar al aeropuerto tras la visita a la ciudad aún nos quedaban casi 10 horas de escala! Por suerte el aeropuerto de Singapur es una auténtica pasada. Es como un centro comercial. Corrijo, es un centro comercial. Con la diferencia que de este centro comercial también despegan y aterrizan aviones! 😉 Lo decimos porque el aeropuerto de Singapur, además de ser enorme, tiene de todo! Tiendas en cada esquina, un food court completo, un montón de lounges y zonas vips, internet gratis en todo el aeropuerto, miniparques y terrazas, internet gratuito, caramelos de cortesía por todo… Tienen hasta una zona de estar con sofás, una sala con varios ordenadores con acceso a internet, una sala con ordenadores y videoconsolas… y tienen hasta un cine!! Sí, sí. Mi hermano Pau ya me lo había comentado. Como podéis imaginar nos fuimos directos al cine. La idea era tirarnos en las butacas y aprovechar la oscuridad para dormir. Eso es lo que hizo Rosa… Yo acabé enganchándome a cada peli que iban poniendo. Me tragué el final de la última de Star Trek, la última de las tortugas ninja (malísima por cierto), una romanticona (que resulta que se había rodado parte en mallorca y nuestros amigos y ex-compañeros habían trabajado en ella) y el principio de Warcraft (un bodrio considerable). No tengo remedio, lo sé.
En Yangón, como en casa
Podéis imaginaros cómo llegamos a Yangón. Pues eso, hechos polvo. Sin embargo, en Yangón nos guardábamos un as en la manga. Allí vive Aída, una amiga mallorquina (des Port d’Andratx para ser más específicos) a la que le dí el curso de buceo Open Water este pasado verano. Aída trabaja como profesora en un colegio en Yangón, y se ofreció a acogernos en su casa los días que estuviéramos en la ciudad. Fue una bendición. Después de casi tres meses en hoteles, hostales, guesthouses, home stays, refugios, cabañas, palapas… Volver a estar en una casa normal era una gran sensación.
Aída, además de dejarnos su habitación, darnos muchísimos consejos sobre el país, invitarnos a cenar, etc. etc., consiguió gestionar que uno de los conductores que trabajan en su colegio nos viniera a buscar al aeropuerto y nos llevara directos a su casa. El conductor se presentó en la zona de llegadas con el típico cartelito con nuestros nombres y todo. El mundo al revés. La de veces que, trabajando en producción, era yo el que aguantaba el cartelito en Son Sant Joan. Nos sentimos hasta importantes por unos segundos.
Yangón (antigua capital de la antigua Birmania) es una ciudad enorme que, creemos, mejor refleja la situación presente de Myanmar. El país ha estado gobernado por una dictadura militar desde 1964. La junta militar que regía el país se disolvió hace casi 6 años cuando se celebraron las primeras elecciones y el camino de las libertades y derechos aún está muy por hacer. Sin embargo, el país está trabajando para intentar salir del retraso en el que han estado viviendo las últimas décadas. Yangón es una ciudad antigua, con una gran historia a su espalda y tradiciones y ritos muy antiguos que está desarrollándose rápidamente, abriéndose al exterior e intentando ponerse al día. Es una ciudad en la que se entremezclan la antigüedad de sus pagodas y edificios coloniales con las torres de cristal que empiezan a dibujar su nuevo skyline. Uno de los mejores ejemplos de esta mezcla es, posiblemente, la Sule Pagoda, una pagoda situada en medio de una rotonda de acceso a una de las principales vías de circulación de la ciudad.
En Yangón aprovechamos para visitar la que, sin duda alguna, ha sido la pagoda que más nos ha gustado de todo el país: la Shwedagon Pagoda. Nos gustó, no solo por la majestuosidad de sus casi 100 metros de altura, los infinitos mini templitos que la rodean o el dorado que lo cubre todo. Lo que más nos gustó es la vida que hay entre sus paredes y el ambiente que se respira allí dentro. Además de cruzarte con algunos turistas, toda la gente que hay por allí son fieles devotos que se acercan a la pagoda a hacer sus rito: ya sea a rezar, a charlar con algún monje o a “regar” las esculturas de Buda (un ritual de la religión budista). Lo mejor, si algún día la visitáis, es sentarse un rato a la sombra de algún templito y observar, nada más.
Aprovechamos el último día en Yangón para cruzar el río e ir a visitar el pueblo vecino de Dalah. El pueblito en sí tampoco es ninguna cosa del otro mundo (lo que recomiendan es, una vez en Dalah, seguir hasta el pueblo de Twantay, pero nosotros no teníamos tiempo suficiente). Lo de verdad interesante y divertido es el paseo en ferry. El ferry suele ir hasta los topes de gente y con una actividad bulliciosa. Hay un montón de vendedores ambulantes ofreciendo mil cosas. Que si tabaco, que si fruta, que si comida… Y lo mejor son la subida y la bajada al barco. Tal cual os lo podéis imaginar: todo el mundo como loco por subir y por bajar, algunos hasta saltando antes de que el barco haya atracado, el otro que intenta bajar la bici, más vendedores ambulantes en el muelle… un caos. Pero un caos divertido y digno de ver.
Mandalay: hacia el norte del país en el tren del infierno
Así le bautizamos después del trayecto de 15 horas 😉 Y eso que un día antes nos las prometíamos felices. Empezaré por el principio para poneros en situación. Yangón, donde la mayoría de gente llega con su vuelo cuando viene de visita a Myanmar, se encuentra al sur del país. Sin embargo, las principales ciudades y atracciones turísticas se encuentran en la zona norte del país: los famosos templos de Bagan, el fotogénico lago Inle y la ciudad de Mandalay. La mayoría de gente cuando sube hacia estos destinos coge los autobuses nocturnos. Nosotros averiguamos que también se podía subir en tren. Y que, de hecho, había un tren nocturno. La idea nos pareció redonda. En India habíamos cogido varios trenes nocturnos: habían sido muy cómodos y habíamos podido dormir la mar de bien. Sin embargo, seguíamos con ciertas dudas de como sería el tren en Myanmar. La sorpresa fue enorme cuando al día siguiente subimos al tren y descubrimos nuestro compartimento. Era una pasada. Nuevo, con sus dos literas, su mesita, sus lamparitas, sus sábanas y su almohada, botella de agua de cortesía… Hasta nos tocaron para ver si queríamos pedir la cena.
Todo era, sospechosamente, demasiado bueno. Fue arrancar el tren y se rompió la burbuja. Como se movía aquello! Yo estaba en la litera de arriba y aquello iba de lado a lado. No era el típico traqueteo de tren que hasta tiene su encanto y todo (como pasaba en India)… no, no. Aquello temblaba que parecía que te ibas a caer. Sin hablar de los saltos que daba cuando el vagón cogía una junta de vías. Estoy seguro que los trenes que cruzaban por las praderas del far west se movían menos! 😉 Mención aparte el frío que hacía. Descubrimos un nuevo microclima. Entre que era de noche y que íbamos dirección norte la rasca que empezaba a hacer era importante. Podéis imaginar cómo acabamos: los dos acurrucados en la litera inferior (la de Rosa), yo con una mano abrazándola y con la otra cogiéndome a la barra para no caernos en uno de los saltos del tren… Como siempre, los trenes toda una experiencia!
Ya en Mandalay aprovechamos para visitar algunas de sus pagodas más importantes, así como el Palacio Real (no el original que se destruyó en la 2ª Guerra Mundial sino la reconstrucción que se hizo hace más de 20 años). Fue un día bastante movido y en el que empezamos a sentirnos un poco como un turista más. Íbamos con varias cosas marcadas que queríamos ver y al final del día aquello parecía un poco una gymkana, de arriba a abajo tachando de la lista. Exactamente lo contrario de lo que nos gusta hacer mientras viajamos. No se por qué fue pero ocurrió así. Eso no quita que lo que vimos no nos gustara, ni muchísimo menos. Sobretodo el monasterio de Shwenandaw Kyaung, todo de madera de teca tallada con el interior recubierto de pan de oro, nos encantó. Fue más la sensación de estar rodeado todo el rato de turistas (de hecho, de los mismos turistas, pues parecía que seguían la misma ruta que nos habíamos marcado nosotros). Cada vez más, a Rosa y a mí nos está gustando visitar sitios con menos gente, menos conocidos y en los que poder ver la vida más auténtica y local del lugar. Cuando llegamos a un sitio y empezamos a ver las furgonetas y autobuses de tours y los puestos de souvenirs ya la cosa nos empieza a chirriar. No es nada personal. Ni que nos pensemos mejores que nadie. Es simplemente la forma de viajar y descubrir que a nosotros nos gusta.
Al dia siguiente el plan era ir a ver el pueblo de Mingun, famoso por su enorme pagoda inacabada debido al enorme terremoto de 1839. Y es que aún hoy se pueden ver perfectamente los desperfectos que ocasionó el gran terremoto. La excursión empieza subiendo a unos barcos para recorrer río arriba los 12 km que separan Mingun de Mandalay. Al llegar allí y bajar del barco nos encontramos con la misma estampa y la misma sensación con la que habíamos acabado el día anterior. Lleno de barcos, gente por todo y puestos de souvenirs unos tras otros. La visita es muy interesante y nos gustó, pero a mi ya la situación me pudo un poco y acabé colapsado por tanto turista alrededor.
De vuelta a Mandalay decidimos cambiar el plan e irnos al día siguiente hacia el noreste del país, hacia zonas más rurales. Aprovechamos nuestra última tarde en Mandalay para acercarnos al U-Bein Bridge. Probablemente uno de los sitios más conocidos y famosos para ver el atardecer. Por el nombre puede que no os suene pero viendo la foto seguro que no os queda ninguna duda. La verdad es que el sitio, pese a que también está lleno de turistas, es muy bonito y merece la pena. El atardecer es espectacular. Allí, en el mismo puente, paramos en un puesto a comprar una cerveza para ver el atardecer y vivimos, como diría Rosa, uno de los “momentazos” del viaje. Al lado de las cervezas vendían algo que no se veía muy bien que era, pero que parecía como una rata. Le preguntamos a la señora que qué era eso. Y la tía, con toda la naturalidad del mundo, nos dice que sí, que sí, que eran ratas. Ratas a la brasa. ¿Cómo se os queda el cuerpo? Además se pone a reír y nos señala el fango del lago, como queriendo decir: -Son ratas de aquí del lago eh? No te vayas tú a creer que son de las alcantarillas… Como si nos estuviera diciendo que las ratas venían con denominación de origen del lago Inle 😉 Ver para creer!
Pyin Oo Lwin y Hsipaw, el Myanmar más rural y auténtico
Y el Myanmar que más nos gustó. De Mandalay nos fuimos en coche hasta Pyin Oo Lwin. Nos lo había recomendado nuestra amiga Aída y no nos defraudó.
Es un pueblecito pequeño muy auténtico. En el hotel donde nos hospedamos, la mansión del antiguo gobernador inglés de la zona, nos prestaron unas bicis con las que fuimos a dar una vuelta para conocer el pueblo. Lo que más nos gustó fue el enorme Jardín Botánico, sus antiguas casas coloniales y, como no, su mercado central.
El Jardín botánico es un recinto enorme formado por diferentes partes y parcelas. Las que más nos gustaron fueron las dedicadas a los bosques de bambú (donde descubrimos que hay más de 1300 variedades diferentes) y a la plantación y cría de orquídeas. El mercado del pueblo es el típico mercado que te imaginas. Lleno de puestecitos en los que puedes encontrar prácticamente cualquier cosa: fruta, verdura, carne, pescado, frutos secos, bebidas, especias… Como siempre, un sitio lleno de color y olor por el que nos gusta perdernos un rato. No nos cruzamos con ningún turista en todo el mercado, un lujo.
Después de pasar una fría noche en uno de los antiguos barracones de nuestro hotel (tres mantas utilizadas y una estufa a tope toda la noche dan fe de ello) fuimos a primera hora de la mañana a la estación central a coger nuestro tren hacia Hsipaw, nuestro próximo destino. Nada más llegar nos dijeron que el tren llevaba 4 horas de retraso. La mayoría de turistas se volvieron a sus hoteles a descansar mientras que algunos otros intentaban buscarse otro medio de transporte para llegar a Hsipaw, regateando con los taxistas locales. A nosotros nos pareció una excusa perfecta para quedarnos a pasar el rato en el bar de la estación. Nos pedimos un “lahpet” (el té típico de Myanmar que sirven con muuuucha leche condensada y que nos encanta) y aprovechamos para ver un poco la vidilla que había por la estación y escribir un poco en el blog. Finalmente llegó nuestro tren y empezamos el camino hacia Hsipaw.
El propio trayecto en tren se considera un atracción en si misma ya que vas cruzando campos de cultivo y pequeñas aldeas hasta llegar al punto álgido; cuando el tren aminora la marcha y empieza a cruzar el famoso viaducto de Goteik. Un puente que construyeron los británicos y que se levanta majestuosamente 100 metros sobre el suelo. El tren, no sé si por seguridad o para permitir que los pasajeros disfruten de las vistas, aminora muchísimo la marcha, tardando casi 5 minutos en recorrer los prácticamente 700 metros de longitud del puente.
Finalmente llegamos bien entrada la noche a Hsipaw. Tiempo justo para hacer el check in en nuestro hotel e ir a cenar algo, y probar así nuestro primer plato de comida típica Shan: la ensalada de tomate aderezada con una salsa de sésamo y cacahuetes. Buenísima.
A la mañana siguiente empezamos a descubrir el pueblo de Hsipaw, que nos encantó desde la primera calle. Era justo lo que andábamos buscando: un pueblo rural tranquilo y con pocos turistas. De hecho muchos de los turistas que visitan este pueblo lo utilizan como base para hacer alguna ruta de trekking. A nosotros nos gustó tanto el pueblo que decidimos quedarnos allí los 3 días y descubrir poco a poco sus rincones y aldeas vecinas. Hsipaw no tiene nada en particular que llame la atención de por sí. Es más el ambiente que se respira en el pueblo, ver a su gente haciendo vida normal, yendo al mercado, cultivando sus tierras, pastoreando con sus bueyes y/o búfalos, monjes descansando en sus monasterios, … lo que podríamos llamar el Myanmar profundo. Eso es lo que nos gusta a nosotros! 🙂 Una visita muy recomendable en Hsipaw es acercarse al Shan Palace para escuchar de primera mano la historia de Myanmar y más concretamente del Estado de Shan. En el palacio vive un matrimonio que se ha encargado de mantener el Palacio Real y de intentar mantener y preservar una parte de la historia del país que la larga dictadura militar intentó borrar.
Bagan y sus abrumadores 4000 templos
Después de unos días de relax, buena comida y tranquilos paseos por los alrededores de Hsipaw nos tocaba agarrar la mochila de nuevo y movernos. Cogimos un bus nocturno para dirigirnos a la famosa ciudad de Bagan. El bus nocturno fue bastante tortura: era muy pequeño, hacía un montón de paradas y hacía muchísimo frío (que manía tienen en los países asiáticos de poner el aire acondicionado a tope…). Llegamos a Bagan a las 5.00 de la mañana y fuimos al hotel, pero, claro, aún no podíamos entrar a nuestras habitaciones. Así que nos acurrucamos como pudimos en un sofá del hall y nos dormimos. La sorpresa fue cuando de repente nos despertamos sobresaltados, alguien nos estaba tocando. Falsa alarma: era una de las chicas de recepción que nos estaba tapando con una manta! Aprovechamos la mañana hasta que nos dieron la habitación para ponernos a comprar vuelos que aún teníamos pendientes. Esto de estar viajando tanto tiempo tiene muchas cosas buenas pero también tiene una gran parte de logística y preparación en avance que hay que ir llevando al día. Vuelos, buses, hoteles, reservas, excursiones, información de los destinos… Todo eso lleva tiempo, y cuanto más lo vas retrasando más se va encareciendo todo. Así que esa mañana, de una sentada, compramos 7 vuelos!
La mejor forma de descubrir los templos y los yacimientos de Bagan es alquilando una moto eléctrica o una bici. Ni Rosa ni yo habíamos conducido una moto en toda nuestra vida. Así que solo la experiencia de llevar la moto ya era divertido. Estuvimos moviéndonos por entre los templos sin ningún plan fijo ni ninguna pagoda en particular que visitar. Por lo que nos habían contado Bagan iba a estar lleno de gente por todo. Nosotros no tuvimos esa sensación. Estuvimos dos días dando vueltas con la moto y nos encantó. Sobretodo nos gustaron mucho, como no podía ser de otra manera, los amaneceres y los atardeceres. La mayoría de turistas van a las pagodas más grandes y famosas. A nosotros mi amiga Julia nos dijo una pagoda en concreto que suele estar tranquila y con nadie o casi nadie alrededor. Y acertó. Estábamos solo 3 parejas en total y pudimos disfrutar del atardecer en calma. Sin duda alguna, lo mejor fue el amanecer que vimos el último día. Con todos los globos aeroestáticos despegando y cruzando la llanura mientras el sol va saliendo poco a poco. Mereció la pena el madrugón 🙂
Inle, demasiado turístico para nosotros
De Bagan nos tocó coger otro bus hasta el lago Inle. El lago está al sur del pueblo de Nyaung Shwe, que es donde están la mayoría de alojamientos y donde llega el autobús. Esta vez tuvimos la opción de coger lo que llaman el “VIP Bus”. No son caros y sí que se nota la diferencia. Solo hay 3 asientos por fila, los asientos son reclinables, te dan una manta, agua, café y un bollo… hasta viene la azafata que hay y te reclina el asiento y te tapa con la manta… literalmente 😉
Nos volvió a pasar lo mismo que al llegar a Bagan. A las cinco de la mañana ya estábamos en el hotel. Esta vez tuvimos suerte y nos dejaron entrar en la habitación del hotel, lo cual fue un lujo. Nos metimos directos en la cama y pudimos dormir 6 horas y aún así aprovechar el resto del día. El primer sitio al que fuimos en el pueblo fue el restaurante Sun Flower. Mi amiga Julia nos recomendó pasarnos por el restaurante y hablar con la dueña, Zu Zu, que les había aconsejado muy bien y les había conseguido muy buenos precios en algunas excursiones. Además, en su restaurante se come genial. La primera sorpresa fue al llegar y conocer a Zu Zu. Debe de ser la tia más moderna del pueblo, viste ropa occidental, habla inglés perfectamente y además es super maja. Hablando con ella aprovechamos para organizarnos un poco los 3 días que teníamos en el pueblo.
Nos alquilamos unas bicis y estuvimos paseando por el pueblo los dos primeros días. Dejamos para el último día el paseo en barco por el Lago Inle.
La experiencia en el lago no fue tal y como esperábamos. Pese a que ya habíamos leído por ahí que el lago cada vez se estaba masificando más, nos llevamos una sorpresa al ver la cantidad de gente y barcas que había por todo. En todas las paradas que hicimos con la barca fue llegar y ya tener delante tuyo mínimo otras 8-10 embarcaciones amarradas. A mi particularmente eso ya me echa siempre para atrás.
Y es una pena, porque el lago en sí es muy bonito, curioso e interesante. Ser testigo de como en pleno siglo XXI aún sigue habiendo tanta gente que vive y depende del mismo lago es muy interesante: pescadores, artesanos (desde plata a telares pasando por herrería y carpintería), vendedores e, incluso, agricultores. Y es que no solo se cultiva en los alrededores del lago. En el mismo lago, sobre el agua, tienen lo que se conoce como “jardines flotantes”. Son cultivos plantados sobre las plantas que flotan en el mismo agua. Allí mismo paramos y pudimos ver las tomateras allí montadas y flotando sobre el lago.
Al Inle le está pasando, en mi opinión, lo que a otros muchos sitios turísticos: que va a acabar muriendo de éxito. Imagino que años atrás el lago era un sitio tranquilo y apacible en el que poder contemplar la auténtica vida de los lugareños. A medida que el país se ha ido abriendo al exterior e Inle se ha ido poniendo de moda, cada vez más gente acude a visitar el lago. Al final se produce el efecto contrario. La gente va buscando esa tranquilidad y originalidad pero como cada vez hay más turistas esa naturalidad se va diluyendo y todo empieza a enfocarse demasiado al turista. Un ejemplo que nos pareció muy claro fue cuando paramos en el mercado. A Rosa y a mi nos encanta perdernos por los mercados locales, así que teníamos muchas ganas de ver el del lago Inle (que además es itinerante y cada día está en un sitio diferente). Al llegar nos sorprendió ver como prácticamente la mitad de puestos del mercado son de souvenirs y artesanías locales. Y la mayor parte de gente que circula por los puestos son turistas ávidos de un souvenir que llevarse a su país. Es en este punto cuando te das cuenta de como el turismo acaba desvirtuando un sitio.
Bares, qué lugares
Capítulo aparte se merecen los bares de Myanmar. Y es que ya echábamos de menos el concepto de bar «a la española». En India, Nepal o Sri Lanka te encontrabas muchas tiendecitas de té con mucho ambiente. Pero eran más puestos semi callejeros con algunos taburetes o sillas en la calle donde los clientes se sentaban a tomar té (o lassi) y charlar un ratito. En Myanmar nos llevamos una enorme sorpresa nada más llegar a Yangón y ver que había unos bares súper auténticos y muy parecidos a los nuestros. Esto nos encantó. Debe de haber pocos sitios en los que poder observar tan bien el día a día y la forma de ser de un país como en un bar de barrio. En las 3 grandes ciudades a las que fuimos siempre encontramos un bar que nos encantó y al que, como si de una procesión se tratase, no faltamos ninguna mañana ni ninguna tarde para tomarnos nuestro lahpet. Al final siempre acabábamos siendo amigos de los camareros, en su mayoría niños y/o adolescentes; con los que nos partíamos de risa.
Los bares de Myanmar son bares con mucha gente desde primera hora de la mañana donde se sirven los desayunos: desde una especie de bollos salados con patata y salsa a una especie de churros aceitosos. Además, es algo totalmente cultural que en los bares siempre haya termos con té chino, de los que te puedes ir sirviendo todo el que quieras sin tener que pagar. Así que muchos lugareños se pasan por allí, se toman algo y luego se tiran una hora más charlando y dándole al té chino! Y fumando, que esa es otra! En este país todo el mundo fuma o masca «naan» (una especie de tabaco de mascar, hecho con nuez, tabaco y unas hojas secas), o las dos cosas. Así que los bares también son sitios donde la gente va a comprar un cigarrillo (los venden por unidades en los bares) y tomar un té. Aquí en Myanmar también hemos descubierto un sistema que deberían importar en España. Y es que lo que hacen con los mecheros es que ponen uno en cada mesa atado a un cable colgando del techo…para que nadie se los pueda llevar! 😉
Myanmar y sus tradiciones
Y ya que hemos hablado de sus bares que menos que hablar de sus costumbres y tradiciones. ¿Por dónde empezar? Myanmar es un país que ha vivido mirando hacia dentro y con muy poco contacto con el exterior las últimas 5 décadas. Eso se nota en la forma de ser de la gente y en cómo han mantenido muchas de las tradiciones que en otros países se van perdiendo con el paso de los años.
Como la locura que tienen por mascar «naan». Es verdad que lo hemos visto también en India, Nepal, Sri Lanka, Malasia… pero en Myanmar todo el mundo toma «naan». Incluyendo muchas mujeres y muchos niños ya desde muy jóvenes. Este tipo de tabaco es de un color rojizo muy oscuro lo que hace que todos los que lo fuman a diario acaben con los dientes y las encías de color rojo oscuro. Así que no esperéis ver muchas sonrisas profident en Maynmar. Además, como es tabaco de mascar, todos van escupiendo los restos del tabaco en la calle. Lo que hace que al caminar a veces parece que ha pasado alguien sangrando, porque vas viendo las manchas rojizas por el asfalto. Sin ir más lejos, caminando por las vías del tren Rosa estuvo a punto de llevarse un escupitajo enorme de naan en la cara! Un hombre escupió desde la puerta sin ver que estábamos caminando al lado. Si le llega a dar en la boca ni todas las vacunas que nos pusimos nos habrían salvado 😉
Otra costumbre que nos llamó la atención es como dan y reciben las cosas. Ya sea dinero o un vaso de agua. Siempre que un birmano te entrega algo te lo entregará con la mano derecha mientras que la mano izquierda la pondrá debajo del codo derecho. Es una muestra de respeto. Si te entregan algo así significa que te respetan. Si lo hacen sin colocar la mano derecha en esa posición significa que te están faltando al respeto. Para ellos es algo instintivo ya que desde muy niños ven como todo el mundo lo hace. Nosotros tuvimos que forzarnos un poco hasta coger el hábito. Pero no preocuparse, que como turista nadie se va a enfadar si no lo hacéis.
Myanmar es también un país my religioso. Casi toda la población del país es budista y practicante. Eso se puede observar si visitáis cualquiera de los millones de pagodas, templos y esculturas de Buda que hay repartidas por todo el país. Hay muchísimos ritos y costumbres religiosas que veréis y descubriréis. Desde la más básica de descalzarse al entrar en un templo a otras más complejas y que no acabamos de entender como la de «regar» unas esculturas de Buda.
Myanmar es un país con una esencia y una personalidad muy característica que está intentando desarrollarse y evolucionar después de muchos años de retraso. Esperamos que en ese proceso de cambio no desvirtúen mucho sus raíces y mantengan todas aquellas tradiciones, ritos y costumbres que hacen a este país tan auténtico y original.
Oye, qué bien nos viene este post-resumen.
Mañana vamos para allá, y hemos tomado buena nota de vuestras recomendaciones… nos perderemos unos días por el norte, que a nosotros también nos agobia eso de ir tachando «highlights» del mapa y estar rodeado de turistas a todas horas. ¡Qué os sea leve el regreso! Nos vemos en noviembre por el mundo ???
Muchas gracias pareja! Ya nos contáis que os parece Myanmar y que os parecen los pueblos del norte del país. Ahora a nosotros nos toca trabajar un poco para ahorra un poco más, escribir mucho en el blog y empezar a preparar la segunda etapa del viaje!! A ver donde coincidimos en noviembre!! 1 Abrazo!