Hace apenas una semana que hemos empezado nuestro viaje y seguimos sin creernos que esta aventura no ha hecho nada más que empezar. Reconozco que me despierto aún a deshoras preguntándome donde estoy, pensando si estoy en casa o en México…
Dubái, el Las Vegas árabe
La primera parada, casi logística por llamarlo de alguna manera debido a la escala, fue Dubai. Es una ciudad que nos sorprendió mucho. Es como una especie de Las Vegas al estilo árabe. Hay zonas con megaconstrucciones, islas falsas en el mar, edificios modernos que imitan a otros conocidos como el Big Ben o el Chrysler de Nueva York, obras en marcha, grúas y más grúas… todo ello en un paisaje desértico.
Es una combinación exótica. Sorprende ver a las mujeres vestidas con negros burkas y a ellos verles con túnica de un inmaculado blanco, como si todos ellos fueran jeques árabes que pasean a su harén. Hay que decir que también choca la cantidad de obras en marcha que hay, construcciones que no cesan ni cayendo la noche…. Y choca ver que la mano de obra no viene del propio país árabe. Sino que los obreros y peones, parecen venir de la India, Pakistán, Bangladesh….
También se ven occidentales, ingleses, americanos, franceses… vestidos casi al estilo militar, con buenas botas de trabajo sucias de arena, recoger su café mañanero en el Mcdonals de carretera. Ellos no tienen pinta de ser peones, sino más bien ser “expats” que han venido a hacer fortuna a este país. Nos imaginamos que serán los ingenieros, arquitectos, constructores, informáticos, etc. de esta ciudad que no para de ganarle terreno al desierto. Para no hacer un desprecio al ladrillo árabe, decidimos disfrutar de las vistas de uno de sus principales símbolos, el Burj Kalifa, la torre más alta del mundo. Y nos acercamos también a la Gran Mezquita Shaikh Zayed en Abu Dabhi, uno de los mayores ejemplos de opulencia y ostentación del país.
Kathmandú, caótica y ruidosa
Si tuviéramos que definir Kathmandú en una frase, diríamos en vistas de nuestra experiencia previa, que es el caos de México elevado al trillón. Pensábamos que al haber vivido en México habríamos ganado cierto callo…. pero Kathmandú nos sorprendió nada más llegar. Es la ciudad más ruidosa en la que hemos estado hasta ahora y nunca antes habíamos tragado tanto polvo como aquí. Decir que en los tenderetes callejeros se venden mascarillas….
Después de un vuelo rodeados de indios tirándose eructos a medio palmo de nuestra cara y nepalíes clavándose lingotazos de whisky a palo seco conseguimos llegar a Kathmandú por la mañana. Queríamos evitar ser como un turista más y coger un taxi al centro, así que nos aventuramos a coger el autobús de línea. Si, un gran ahorro (600rupias del taxi VS 20rupias del bus). Fue la primera toma de contacto con la conducción kamikaze nepalí.
Al llegar al hostal fue un shock total. Teníamos reserva hecha y las fotos de internet mostraban un lugar decente. Nos dieron una habitación en una especie de sótano oscuro, con las sábanas sucias, el baño usado sin limpiar…. toda la emoción de la llegada se esfumó en un plis. Tras unos minutos de silencio, nos cargamos las mochilas de nuevo y huimos de ahí. Así de literal. Preguntamos en dos sitios más y en el tercero encontramos a nuestro salvador: Manish, quien nos acogería en su modesto y limpio hostal y nos mostraría su humor nepalí.
Curiosamente en esta ciudad siempre están de fiesta. A nosotros nos tocó vivir el año nuevo hindú, lo que se llama aquí “Tihal” o en la India “Diwali”. Vimos cientos de “carrozas” con jóvenes cantando y bailando, tal cual fiesta de pueblo o como si se tratara del orgullo gay en Madrid. Ver bailar y cantar como cosacos a un grupo de chicos nepalíes la canción Gang Style no tiene precio… La parte más “mística” de la fiesta fue ver como cada noche en cada casa iluminaban la entrada con varias velas y dibujaban un pequeño mandala.
La parte Budista de Kathmandú
Uno llega a Nepal y espera ver monjes budistas por todos los rincones. Pues resulta que la comunidad mayoritaria en el país es la hindú, llegando casi al 80% de la población. Así que guía en mano decidimos encontrar los rincones budistas de la ciudad. Llegamos primero a la estupa de Suayambú, en lo alto de la colina al oeste de la ciudad. Tiene unas vistas inmejorables y está plagada de monos. De ahí que le llamen el “Monkey temple”.
Para llegar a la siguiente estupa decidimos coger un taxi y cruzar así toda la ciudad. Después de un intenso regateo nos subimos al taxi con la mala suerte de que a mitad de trayecto se paró. No había manera de arrancarlo, así que seguimos a pie el resto del camino que nos quedaba. Quiero pensar que las cosas pasan por alguna razón, y gracias a que el taxi se paró acabamos en un mercado super auténtico de la ciudad. De repente estábamos en una calle envueltos por gente que cargaban trastos y víveres en su cabeza, por niños que vendían polvos de colores para los mandalas, por comerciantes ambulantes que vendían plátanos con sus antiguas balanzas de metal…. Podríamos decir que éramos los únicos occidentales de la zona…
Llegamos a Boudha, uno de los templos más grandes e importantes de peregrinación budista. Estaba plagado de gente que lo rodeaba en sentido de las agujas del reloj para atraer la buena fortuna y, muchos de ellos daban limosna a los mendigos que se aglomeraban ahí. Será porque dicen que un gesto de caridad en una estupa budista vale mil veces más que en otro lugar.
Pasupatinah, primera toma de contacto con la religión hindú, sus ceremonias y rituales.
Nos acercamos también a ver el templo de Pasupatinah, templo hinduísta tan importante como la Mecca para los musulmanes. Sin quererlo ni beberlo teníamos un guía que nos explicaba cada rincón del templo, desde el hospital donde cuando uno cree que va a morir puede internarse, hasta la zona de los Ghats. Ese momento fue bastante impactante ya que había un difunto al que estaban quemando. Yo, por lo menos, no estaba preparada aún para verlo. En cambio el guía no dejaba de insistir que le hiciéramos fotos al cuerpo, a la cabeza churruscada y a los pies que colgaban. Fue un shock cultural total. Y una visita muy interesante en la que empezamos a adentrarnos en esta desconocida religión (al menos para nosotros).
Durbar, dónde más se nota el terremoto de 2015
El terremoto de 2015 azotó con fuerza Kathmandú y donde se pueden observar más los destrozos es en la parte antigua de la ciudad, la zona que se conoce como la plaza de Durbar. Da pena ver como los antiguos palacios reales se sujetan hoy gracias a postes de madera o a improvisadas vigas. Hecho que parece no haber afectado al bullicio de la plaza, porque es un no parar de gente, motos, vendedores ambulantes, etc. La gente va a hacer la compra en moto, pero ni se bajan de ella! Se acercan lo máximo al chiringuito y listo, al siguiente recado!
Camino a los Annapurnas
La misión del día era conseguir transporte para llegar hasta Dumre. Ciudad que nos serviría como enlace para llegar a Bandipur, un pueblecito que nos habían recomendado. Sabíamos que era festivo en Katmandú, las celebraciones del Tihar todavía duraban, así que conseguir transporte no iba a ser tarea fácil. Descubrimos demasiado tarde que los buses “decentes” partían a las 7h de la mañana… así que cargados con la mochila fuimos de estación en estación hasta que conseguimos entender donde teníamos que ir a por una minivan que nos llevara. Creo que los concursantes de Pekín Express no lo hubieran hecho mejor…. Conseguimos furgoneta para nuestro trayecto, todo parecía muy normal y muy cómodo, hasta que el conductor entró en modo “qué apostamos” y fue haciendo paradas en varios pueblos hasta cargar el máximo de gente posible…. en una furgoneta de 12 llegamos a ser 24 personas!!! Menos mal que nos dio por reír sabiendo que teníamos dos de los mejores asientos de la parte trasera. Todo esto en una carretera llena de hoyos y socavones y por curvas y precipios que ni en Sa Calobra…
Bandipur, belleza y tranquilidad
Después de vivir toda una gimkana de autobuses locales y estar enlatados como sardinas, logramos llegar a Bandipur. Fue tal la sensación de calma que nada más entrar en la casa donde nos íbamos a alojar le dijimos a la señora que queríamos quedarnos dos noches. El momentazo del día: ver el atardecer tomando un té masala en la terraza con vistas a los Annapurnas. Estos minutos sanaron todo el tute de la mañana.
Al día siguiente hicimos una excursión a la aldea de al lado, Ramkot. Fue como viajar en el tiempo o ver un programa de National Geographic. Parece mentira que aún en el 2016 haya gente viviendo así, sin luz ni agua corriente, subsistiendo de la agricultura local, con sus cabras, sus pollitos, con su maíz secándose en el porche…. Fue otro momento de choque cultural.
Hacia Besisahar enlatados una vez más
Nos despedíamos de la calma de Bandipur para dirigirnos a Besisahar, ciudad de entrada al circuito de trekking de los Annapurnas. Y como era de esperar, acabaríamos enlatados otra vez en otro autobús local hasta llegar aquí. Empezaba nuestro trekking por los Annapurnas…pero eso os lo contaremos en nuestro próximo diario… 😉
Sólo decir, como resumen, que estamos muy contentos y que nos sentimos muy afortunados con todo lo que estamos viviendo!!!